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Actualidad

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21 Dic
Boqueria180

La mesa de Navidad

En la comida de Navidad de las casas barcelonesas reinaba la ‘escudella’, elaborada obligatoriamente con pasta muy grande como ‘galets’, ‘tòts’ o macarrones de fraile, de canónigo o de dedo gigante. Se cocía con la ‘olla de las cuatro órdenes mendicantes’ o de las cuatro carnes, porque debía llevar cerdo, buey, gallina y cordero, como símbolo de san Antonio (cerdo), san Lucas (buey), san Pedro (gallina) y san Juan (cordero), santos que los barceloneses del siglo XIX creían que protegían la festividad y a los que comían olla de Navidad. Una olla que solo se veía tres veces al año: por Navidad, para la cena del miércoles de Carnaval y para la festividad del santo del señor de la casa, siendo la más grasa y abundante la navideña. Seguían la ‘carn d’olla’, la casquería de pollo en salsa y el gallo u otra ave, que la señora de la casa abría y vaciaba el relleno –formado por salchichas, piñones, peras, butifarra, lomo de cerdo y otros elementos- y el señor cortaba y repartía.

Com todo en este mundo, había barceloneses, pocos pero los había, que en lugar de ‘escudella’ comían sopa con albóndigas. En lo que coincidían todos era en terminar la comida con barquillos y turrones, dulces de origen medieval que se recuperaron a raiz del concurso convocado por el gremio de pasteleros y confiteros en 1703, que ganó Pere Torró, con un dulce parecido a una piedra de granito hecho con miel, avellanas y piñones, y Pere Xercavins, con una especie de hostia grande, rellena y enroscada como un pergamino enrollado. Unos turrones que era típico ir a comprar la misma mañana de Navidad, en la feria de la Rambla, después de haberse levantado tarde –excepto las mujeres que tenían trabajo en la cocina con la comida de Navidad- y salir de casa sin desayunar o, como mucho, tomando chocolate, que limpiaba los intestinos y provocaba hambre en lugar de quitarla, según el dicho popular.

Hacia la una, todo el mundo se iba a casa ya que a las dos los señores acostumbraban a sentarse –los trabajadores lo hacían a las doce y la gente de clase media a la una- en una mesa donde solo había personas de la família y un pobre de la Casa de la Caritat o un expósito del Hospital, que colocaban en un lugar preferente y era servido por el señor o la señora de la casa. Las casas que tenían algun familiar ausente le reservaban igualmente un lugar en la mesa y le guardaban una porción de la comida durante unos días.

La Nochebuena

La tarde del día antes, el 24, se terminaban totas las ferias que habían empezado por santo Tomás y solo quedaban abiertos los mercados del Born y la Boqueria y los establecidos en la Plaça Nova, la del Pedró y la de Sant Agustí, que seguían vendiendo hasta la medianoche y ya no volvían a abrir hasta San Esteban. De acuerdo con Joan Amades, las vendedoras se emperifollaban, peinaban, vestían y enjoyaban tanto como podían y se convirtió en una costumbre que los hombres, jóvenes y no tan jóvenes, fueran a pasear por los mercados para admirarlas, de donde salió que los maridos acompañaran a sus mujeres al mercado esa noche.

Las casas que montaban belén organizaban un baile con una pequeña orquestra de ciegos. A las 12, la señora anunciaba que Jesús había nacido, encendía el belén, que todos admiraban antes de volver a bailar, jugar, cantar villancicos y recitar romances mientras esperaban que dieran las tres, hora de ir todos en comitiva a la misa del gallo, excepto las señoras, que se quedaban en casa atareadas con la comida del día siguiente.

Al salir de misa continuaba el jolgorio y tocaba ir a la panadería a comprar el pan para el dia siguiente, momento en que el panadero regalaba coca azucarada como presente navideño a sus clientes. Después, de vuelta a casa, había una pequeña degustación del gallo, ya medio guisado o cocido al ast, con un poquito para cada uno para dar su opinión y remojarlo todo con un poco de vino dulce antes de ir a dormir.

Las otras fiestas navideñas

La comida de San Esteban giraba alrededor del arroz de la catedral, un plato que aprovechaba las sobras del guisado del día anterior. Se comía tarde, después de haber ido a tomar el sol paseando por la muralla, y la mayor parte de la comida eran restos de la de Navidad en unas mesas que, a diferencia del 25, se llenaban no solo con família sinó también con amigos y vecinos. Los barceloneses, que este día se levantaban tarde y no desayunaban, pasaban la tarde en casa, haciendo tertúlia, juegos o conversando y a finales de la tarde salían a estirar las piernas o al baile más concurrido de la temporada: el de la ‘patacada’.

Després de los atracones navideños, el día 27 la mayoría comía sopa de tomillo o poleo, acelgas y ‘ciegas con casaca’ (arenques rebozados) y se iba preparando para las comidas de Fin de Año y Año Nuevo, no tan abundantes como las de Navidad, pero en las que no faltaban las golosinas, fruta seca y castañas que lanzaban la noche del día 31 las ‘carasses’ de debajo de los órganos de la catedral y Santa Maria del Mar, parroquia que celebraba su fiesta el día 1 regalando roscones a las autoridades y cuyos parroquianos tenían por costumbre comer un plato típico de fideos con canela y azúcar.

Fruta seca, coca y barquillos eran los postres obligados del día de Año Nuevo, en mesas familiares llenas hasta los topes. También se comía coca para Reyes, día en que la gente bien repetía pollo, como en Navidad o Año Nuevo, las tres ‘fiestas de pollo o de gallo’, mientras que los feligreses del Pi celebraban la fiesta de su parroquia comiendo sémola. Tanto unos como otros iban luego a la adoración de los Reyes, organizada por las diversas parroquias, pero como no todos los miembros de la família podían ir, apareció la costumbre de nombrar un rey que la representara. Por eso, cuando pastaban la coca que se comerían de postre le añadían una haba seca, de manera que quien la encontrara era escogido rey e iba a la iglesia a adorar al niño Jesús en nombre de la família.