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Actualidad

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09 Mar
Boqueria180

La mesa de San José

El 19 de marzo de 1840 se puso la primera piedra del mercado en un acto oficial en el que se enterró un cilindro de plomo con monedas, un ejemplar de la Constitución y un pergamino en el que el acalde, Josep Maria de Gispert, declaraba la decisión de construir una plaza de mercado. Pero ¿qué hicieron los barceloneses ese dia de san José después de ir a curiosear en la ceremonia institucional?

Aunque este sato había sido semiolvidado por la Iglesia occidental hasta el siglo XIII y no fue una fecha festiva en el calendario hasta 1890, cuando la decretó el papa León XIII, el nombre de José/Josefa era muy popular en nuestro país. Y si uno de los días en que los barceloneses rompían la monotonía de la cocina diaria era el del santo del cabeza de família o su señora, todo apunta a que muchos fueron a dar cuenta de una buena comida.

Era el día en que los hombres estrenaban pantalones y las mujeres miriñaques y faldas, que los peregrinos que iban a Roma empezaban su viaje y, si caía en miércoles, una buena ocasión para casarse y tener un matrimonio afortunado. También era uno de los dias en que se podía romper el rigor cuaresmal y uno de los platos típicos era la pastelería casera a base de leche, en especial requesones y crema.

Costumbres gastronómicas especiales

Según Joan Amades, la fiesta de san José tenía unas costumbres gastronómicas especiales: para desayunar la gente no mojaba ‘mitges cuernes’ (un pastel hojaldrado en forma de media luna) en el chocolate y lo cambiaba por sequillos, ensaimadas o melindres. La comida empezaba a la una menos cuarto, puntual, a base de una buena olla de las ‘cuatro órdenes mendicantes’ –carne de ternera, de cordero, de cerdo y de gallina-, y una buena ‘pilota’. La col y la patata se cambiaban por garbanzos y apio y en la sopa era obligatorio añadirle macarrones. Después venía el pollo con salsa. También comían aceitunas y anchoas antes del ‘tercer plato’, con lomo o butifarra fritos y tostadas. De postre, las naranjas y frutos secos, propios de los otros días, dejaban paso al requesón, que se llamaba de San José y se decoraba con flores de papel. Las copas se llenaban de vino rancio de la Costa con preferencia por el de Calella, y los hombres remataban la comida con un café del que estaban excluídas las mujeres.

Acabada la comida principal del día, la gente se reunía en tertúlias en las que se podían bailar contradanzas, siempre que se tocaran al piano ya que cualquier otra música habría sido pecado, y representaban pequeñas funciones del típico teatro casero de Cuaresma, con muñecos que representaban obras como El patriarca José o el Rendetor del desierto, o sombras chinas (El domador de fieras). También había gente que, una vez terminada la comida, iba hasta Sarrià a tomar el sol y merendar en ca la Serafina, un merendero situado cerca del convento con fama de elaborar los mejores requesones, preparados según la receta de Antònia Carrió, monja del monasterio de Pedralbes de principios del siglo XIX.

Piñatas rellenas de dulces

Hacia 1845 para san José se empezó a celebrar bailes de disfraces, llamados ‘piñata’ porque tenían uno de estos elementos colgados y rellenos de palomas o caramelos y dulces que los participantes recogían, una vez abierto el resorte a base de estirar las cintas que le colgaban hasta que encontraban la buena, y repartían a sus compañeras de baile. Había otra versión en la que la piñata era una olla y los bailarines tenían que romperla a golpe de bastón y con los ojos tapados.

Y si con todo esto aún no tenían suficiente, siempre podían ir a la celebración religiosa del gremio de carpinteros, que le tenía de patrón desde el siglo XVI y llebaba a cabo una función en el altar que tenía en la Catedral, durante la que se repartían flores y dulces a las señoras invitadas y panecillos bendito a todos los asistentes.